sábado, 25 de junio de 2011

Al-Andalus (s. VIII-XV)

1. La organización del Estado andalusí

En 711, un ejército comandado por Tariq, formado básicamente por bereberes procedentes del norte de África, atravesó el estrecho de Gibraltar, venció el último rey visigodo e inició la conquista de la Península. Hacia el año 718, prácticamente todo el territorio había sido ocupado de forma casi incruenta.

Las diferentes etapas


Entre el año 714 y el 758, Al-Andalus fue un emirato dependiente de Damasco, gobernado por un valí e inmerso en un clima de tensiones constantes. El inicio de una época de estabilidad comenzó con la llegada a la Península de Abd al-Rahman I, de la dinastía omeya, que convirtió el territorio en un emirato independiente (756-929). Más adelante, Abd al-Rahman III se sintió lo suficientemente fuerte para declarar su independencia religiosa y proclamó el califato de Córdoba (929-1031), que constituye el período de máximo esplendor andalusí.

Pero a comienzos del siglo XI, la aristocracia (funcionarios y propietarios de la tierra), el ejército y las ciudades enriquecidas con el comercio comenzaron a actuar como fuerzas disgregadoras. En pocos años, el califato fue descomponiendose y desapareció en el año 1031, dividido en más de veinticinco reinos de taifas. La caída del califato benefició a los reinos cristianos del norte, que conquistaron progresivamente todas las taifas. Así, a finales del siglo XIII, sólo sobrevivía el Reino de Granada, que mantuvo le presencia islámica en la Península hasta el año 1492.

La organización del Estado


El Estado de Al-Andalus se organizó de forma centralizada a partir del poder autocrático de los califas.

El territorio estaba dividido en tres provincias: la inferior, en las cercanías de Badajoz, la media, en las cercanías de Toledo, y la superior, con capital en Zaragoza. La expansión militar y el control de las fronteras exigieron la organización de un potente ejército.

2. El desarrollo agrícola y urbano


La producción agrícola mejoró gracias al regadío (recuperación de técnicas romanas e implantación de norias) y la introducción de nuevas prácticas hortícolas. Fue una agricultura muy productiva que generó excedentes orientados al abastecimiento del mercado urbano.

Las ciudades fueron el centro de la vida económica, social y cultural. Su número aumentó y se desarrolló una artesanía próspera (tejidos, cuero, cerámica, vidrio, orfebrería ...). El destino de estos productos no era sólo el mercado interior, sino que se vertebró un comercio exterior importante. La circulación de moneda fue abundante, debido a que la Península era un centro de confluencia de las rutas comerciales asiáticas, africanas y europeas. La ciudad de Córdoba, que era el núcleo económico y cultural más importante de Al-Andalus, llegó a superar los 100.000 habitante en el siglo X y se convirtió en la ciudad más grande de Europa occidental.

3. Pluralidad étnica y esplendor cultural


El grupo privilegiado estaba formado por baladas (los que tenían antepasados ​​árabes), que se quedaron con las propiedades territoriales más grandes. Por debajo estaban los bereberes y los muladíes (hispanos convertidos al islam). A pesar de la islamización de muchos hispanos, continuaron existiendo dos minorías no musulmanas importantes que soportaban una carga fiscal mayor: los mozárabes (hispanos que habían conservado la religión cristiana) y los judíos.

La España musulmana tuvo un elevado desarrollo cultural y científico. La creación de una red importante de escuelas y de universidades contribuyó a reforzar la atracción que la cultura andalusí ejerció sobre los reinos cristianos. El desarrollo científico estuvo orientado hacia las ciencias prácticas (medicina, astronomía, metemàtiques y agronomía), pero también se cultivó la filosofía, la historia, la geografía, la música y la literatura. La lengua árabe también dejó su huella en la lengua castellana, que contiene un gran número de palabras de este origen.

En el arte, y sobre todo en la arquitectura, es donde el Islam dejó su huella más característica. La mezquita de Córdoba y la Alhambra de Granada son pruebas de este esplendor arquitectónico. Surgió así un arte hipanoárabe que añadió elementos específicos en la tradición arquitectónica islámica: el arco de herradura, los arcos policromados, los mosaicos y la ornamentación en relieve de yesería.